Cruz Díez dejó un legado inmerso en el color. Desde una tierna infancia el espectro cromático sedujo poderosamente al maestro Carlos Cruz Díez (Caracas, Venezuela 17-8-1923/ París, Francia 28-7-2019) , una suerte de hechizo.
Esto modificó su manera de percibir su entorno cuando la luz irrumpía por las ventanas en casa de su abuela en La Pastora y todos los colores aparecían.
Mismo luz
Y también cuando esa misma luz atravesaba los vidrios de las botellas de refresco de la fábrica de su padre, y entonces se fraccionaba y se multiplicaban tonos y matices.
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Aquel fenómeno del Premio Nacional de Artes Plásticas 1971, tenía que ser independiente de toda forma.
También él mismo decía «no había que pintarlo, estaba ahí» y consagró su vida a estudiar el color, siendo teórico del color por excelencia.
El color podía tomar la forma del espacio y la dimensión que bañara con su luz, como de hecho ocurre en las cámaras de cromosaturación de su profusa.
Y dilatada obra que iluminan y proporcionan color no sólo a las paredes sino a cada objeto o ser que está dentro de ellas.
Amplió el universo perceptivo fundamentando su investigación en las cuatro condiciones cromáticas: sustractiva, aditiva, inducida y refleja.
No sólo amó el fulgor solar y el espectro que genera este sino también el movimiento y el arte inmerso en esa cosmogonía llegó a ser mundialmente uno de los protagonistas más significativos del arte óptico y cinético
Su legado múltiple fue sinónimo de innovación en muchas aristas artísticas.
Recorrió la pintura, la escultura, el diseño y la tecnología, siendo muy importante ésta tanto para archivar sus obras.
Como para que sus creaciones pudieran trasladarse a varias partes del mundo sin soporte y luego pudieran ser montadas en su lugar de destino.
Con información de 0800 Noticias
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